El Peje Nicolao
December 7, 2005 2:35 pm
Walter (o Walterius) Map, o Mapes
(circa 1140 - 1209) fue un viajero inglés autor de De nugis
curialum, que quiere decir algo así como Liviandades
cortesanas(posiblemente escrita entre 1188 y 1193), obra
miscelánea que ha dado no pocas sabrosas noticias acerca de
diversas leyendas: es famoso por ser el primero que nos da
referencias de casos de vampirismo en Inglaterra, pero también
por darnos la información más antigua que tenemos de Cola Pesce,
Nicolo da Messina, Nicolo Pesce o, como lo conocimos en España,
el Peje Nicolao (1).
El núcleo de esta leyenda tiene su origen en el Faro de Messina, que es donde la
coloca Map, refieriéndose a supuestos hechos ocurridos en
tiempos de Guillermo II el Bueno rey de Sicilia
(1166-1189), es decir, casi inmediatamente antes de escribir la
obra. De nuevo, otro escritor de Inglaterra, nación que siempre
ha dado ciudadanos italianizantes (hay un dicho italiano que
habla de ello y no para bien) (2), cita al Pesce Cola en su Otia
Imperialia, escrita en torno a 1215, pero situándolo en los
años del Rey Ruggiero de Sicilia, que es sabido que murió en
1154, es decir, antes incluso de la mención de Map; veamos ahora
en qué consiste la vida del buen peje.
Se dice que el tal Nicolo era un niño normal que, como tantos otros habitantes de
la costa, desarrolló una pasión irrefrenable por el mar. Tanto
era así, que pasaba gran parte del día en el agua, con lo que
llegó a dominar las artes natatorias hasta tal punto, que más
parecía pez que hombre.
Pese a sus aficiones naúticas, se
hablaba de él como un personaje cercano, amable y servicial que
se adentraba en las aguas hasta llegar a los navíos de altura, a
los que saludaba alegremente y les hacía el favor de llevarles
cartas a sus parientes de la costa. No se nos cuenta que lo
hiciese por ’servicios’, esto es, por la paga cotidiana que
sirve para que uno desfallezca de carestía.
El buen Cola Pesce
parece que, aparte de nadar por la superficie como un delfín,
buceaba como un cachalote, permaneciendo bajo el agua una
cantidad de tiempo considerable y descendiendo a los fondos
marinos como quien no quiere la cosa. Un día, el Re Ruggiero (según
Gervasio de Tilbury, el autor de los Otia), avisado de
las especiales dotes de su súbdito, se presentó en Messina,
aprovechando para tirar una copa de oro como por descuido al
mar, y recomendando a Cola Pesce que se la recuperase. Rápido,
el otro descendió al fondo de los mares, y volvió, bien pasada
la media hora, no solo con la copa, sino con una relación “de
los palacios de corales que en el fondo posee su majestad”, cosa
que interesaba grandemente a Ruggiero, quien, aparte de haber
querido siempre saber si la isla siciliana flotaba sobre las
aguas o se asentaba en los cimientos marinos, tenía esas
angustias pecuniarias propias de los reyes que bien podrían
saciarse a base de expoliar sus insospechadas ciudades
submarinas.
Posiblemente, Gervasio de Tilbury (y los autores
posteriores que lo tratan, que no son pocos) no fueron muy
conscientes de que estaban sentando los primeros fundamentos
acerca de la jurisdición de aguas territoriales, por no decir
sobre la propiedad del fondo marino; el caso es que Ruggiero
volvió, no se sabe si por negligencia o por jugar una vez más a
ese juego apasionante de hacer que los demás hagan lo que a uno
le viene en gana, a arrojar la copa al mar. El Pez Nicolao
volvió a sumergirse, pero no a salir, con lo que no sabemos si
se ahogó, si sirvió de merienda a un tiburón, o si en pago a
semejante esclavitud, tomó la copa y se largó con corriente
fresca.
Algo más tarde, la crónica de Fra Francesco Pipino, que vive en los primeros
compases del siglo XIV, y que edita Benedetto Croce, aparte de
decirnos que Nicolo vivía cuando él era niño, aporta una adición
curiosa: según el fraile, el niño Nicolao, que no quería salir
del agua ni a tiros, había molestado tanto a su madre que como
consecuencia (a decir de Croce), le había maldecido con la frase
“Potesse diventar pesce”, que viene a querer decir algo así como
que mal rayo lo partiese y que quisiesen los cielos transmutarlo
en pez. Bueno, a tenor de los relatos, el Peje Nicolás no se
transformó en pez, o al menos, no totalmente.
Para algunos tenía
branquias, o adoptaba un curioso método de transporte submarino,
al introducirse en el vientre de peces enormes y viajar tan
cómodo como si dispusiese para él de todo un vagón de tren. En
determinados momentos, cuando le apetecía, rasgaba
desagradecidamente el vientre de esos vagones y se dedicaba a
explorar el fondo marino con ociosidad. Tanto viaje, habrán
notado, le transporta con facilidad por toda la península
italiana, hasta el punto que numerosas ciudades costeras se
arrogan el dudoso honor de ser la Patria de Nicolao, Nápoles
entre ellas, como conoció Croce de niño (3).
En España, quizás por las prontas relaciones mediterráneas, por las posesiones
sicilianas de la Corona Aragonesa, o bien por las noticias de
los soldados españoles que surcaban Italia, era muy célebre la
leyenda; hace referencia al peje nada menos que nuestro
Cervantes (Quijote, II, cap. XVIII), en tanto que Lope en El
animal profético y dichoso parricida San Julián (agárrense
ustedes con el título) compone unos heptasílabos referentes a
otra de las adiciones de la leyenda: la del Pez Nicolás como
propietario de una redoma “para bolverse las viejas moças” (según
se contiene en el título de un pliego de cordel que cita Julio
Caro en sus Fragmentos italianos), ya por no hablar de
la dedicación que le dedica un autor anterior a éstos dos, de
donde posiblemente, si ya no de oídas, recogen la leyenda: la Silva
de varia lección, de Don Pedro Mexía.
Era difícil que estas cosas escapasen al ojo perspicaz y a la portentosa
erudicción de Benito Feijoo, quien a propósito de un hecho
curioso ocurrido en Liérganes, viene a sacar a colación la
leyenda de Nicolao. En el Teatro Crítico Universal,
obra de inmenso calado y admirable registro de las diferentes
ocupaciones del padre Feijoo, dedica el capítulo octavo del tomo
sexto a la descripción y dilucidación de un suceso curioso que
recorrió España, y que, en buena medida, enlaza con nuestra
historia. Quien quiera saber acerca de el hombre pez de
Liérganes, debiera leer estos comentarios de nuestro particular
sabio en Padre Feijoo.
Lo interesante de la cuestión a mi entender es comprobar la extraordinaria
movilidad de un hecho narrativo, difundido -me atrevo a sugerir,
si es que se toma ésto con las suficientes reservas- como modelo
educacional de las madres para sus hijos, quienes, al estilo del
cochero de la familia de Benedetto Croce, contarían con un apoyo
folklórico para que sus hijuelos no estuviesen todo el día
chapoteando, bajo el riesgo de convertirse en nuevos Peces
Nicolás (una cosa que a mi nunca me dijeron, quizás por vivir en
el interior, pero que dudo que hubiese tenido efecto alguno:
cuando me decían que no mintiese “para no volverme un muñeco de
madera de pino, como el Pinocchio”, me entró tal entusiasmo por
la mentira que estuve diciendo verdaderos tropeles de ellas y
comprobando acto seguido la textura de mi carne, a ver si podía
desembarazame de ella y ser un muñeco animado como el que salía
en mi libro, que, por cierto, adjuntaba imágenes de la serie de
Comencini).
Es también muy interesante los progresivos añadidos
fantásticos en la historia, como si el hipertrofiado núcleo
inicial (el de un hombre con exageradas dotes como nadador y
buceador) no hubiese sido suficiente en la historia, y
necesitase de viajes fantásticos a lo Jonás, adoptar las
funciones del hechicero o del buhonero y, por descontado, entrar
en el catálogo de rarezas marinas que siempre han interesado
tanto a los hombres.
Note:
1) “Peje” es arcaísmo, pero aún se usa en contadas ocasiones: no sé los
foristas españoles (desconozco si el término pervive en la
América de habla castellana) si oyeron decir alguna vez peje
espada. Sobre el libro de Walter Map, hay una tradución a
cargo de M. R. James publicada en Oxford Clarendon Press en
1914 que conoció reedición a finales de los 80.
2) L’inglese italianizato, diavolo incarnato, se dice, creo.
3) Croce, en torie e leggende napolittane. También Pitrè, Studi di
leggende popolari in Sicilia, que me trasladan desde Roma.
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