Más
allá
de las románticas sirenas y de los míticos tritones, los relatos acerca
de los hombres-pez sobrecogen por sus vividos detalles y por su
apariencia de realidad.Dentro del capitulo de
las leyendas relativas a seres acuáticos, y aparte de los míticos
tritones, nereidas y sirenas, se inscriben las de los hombres-pez u
hombres marinos. Se trata de seres, en principio, totalmente
humanos, pero que un buen día sintieron la llamada de las aguas y se
lanzaron a vivir en el océano. Hay noticias diversas y muy antiguas sobre
estos seres legendarios. Plinio ya da conocimiento de dos de ellos, uno
visto precisamente en las aguas atlánticas de la bahía de Cádiz.
Eliano, Pausanias, Belonio Nauclero, Lilio Giraldo y Alejandro de
Alejandro son algunos otros de los cronistas que reseñan apariciones de
estos fantásticos hombres-pez. Pedro Mexía, en su Silva de Varia
Lección, Juan de Mandevilla en el Libro de las maravillas del mundo,
aparecido por primera vez en Valencia en 1515, y Antonio de Torquemada en
su Jardín de flores curiosas, publicado en Salamanca en el año 1570, son
los españoles anteriores al siglo XVIII que se hacen eco de las curiosas
noticias de estos extraños personajes acuáticos.
El padre Feijoo y el hombre-pez
Pero el relato que presenta mayor número de detalles y
que resulta de un singular interés por el carácter racionalista y
desmitificador de quien escribe sobre él, es el del hombre-pez de
Liérganes, que aparece reseñado por primera vez en el volumen VI del
Teatro Crítico Universal (1726-1740) de fray Benito Jerónimo Feijoo. La
historia, tal y como la cuenta el ilustrado fraile, es más o menos como
sigue.
En el lugar de Liérganes, cercano a la villa de
Santander, vivía a mediados del siglo XVII el matrimonio formado por
Francisco de la Vega y María de Casar, que tenían cuatro hijos. La mujer,
al enviudar, mandó al segundo de ellos, Francisco, a Bilbao, para que
aprendiese el oficio de carpintero. Allí vivía el joven Francisco cuando,
la víspera del día de San Juan del año 1674, se fue a nadar con unos
amigos al río. El joven se desnudó, entró en el agua y se fue nadando
río abajo, hasta perderse de vista. Según parece, el muchacho era un
excelente nadador y sus compañeros no temieron por él hasta pasadas unas
horas. Entonces, al ver que no regresaba, le dieron por ahogado.
Cinco años más tarde, en 1679, mientras unos
pescadores faenaban en la bahía de Cádiz, se les apareció un ser
acuático extraño, con apariencia humana. Cuando se acercaron a él
para ver de qué se trataba, desapareció. La insólita aparición se
repitió por varios días, hasta que finalmente pudieron atraparlo,
cebándolo con pedazos de pan y cercándolo con las redes. Cuando lo
subieron a cubierta comprobaron con asombro que el extraño ser era un
hombre joven, corpulento, de tez pálida y cabello rojizo y ralo; las
únicas particularidades eran una cinta de escamas que descendía de la
garganta hasta el estómago, otra que cubría todo el espinazo, y unas
uñas gastadas, como corroídas por el salitre.
Los pescadores llevaron al extraño sujeto al convento
de San Francisco donde, después de conjurar a los espíritus malignos que
pudiera contener, le interrogaron en varios idiomas sin obtener de él
respuesta alguna. Al cabo de unos días, los esfuerzos de los frailes en
hacerlo hablar se vieron recompensados con una palabra: "Liérganes".
El suceso corrió de boca en boca, y nadie encontraba explicación alguna
al vocablo hasta que un mozo montañés, que trabajaba en Cádiz, comentó
que por sus tierras había un lugar que se llamaba así. Don Domingo de la
Cantolla, secretario del Santo Oficio de la Inquisición, confirmó la
existencia de Liérganes como un lugar cercano a Santander, perteneciente
al arzobispado de Burgos, y del cual él era oriundo. De inmediato mandó
noticia del hallazgo efectuado en Cádiz a sus parientes, solicitando que
informaran de si allí había ocurrido algún suceso que pudiese tener
conexión con el extraño sujeto que tenían en el convento. De Liérganes
respondieron que allí no había ocurrido nada extraordinario fuera de la
desaparición de Francisco de la Vega, hijo de la viuda María de Casar,
mientras nadaba en el río de Bilbao; pero que esto había ocurrido cinco
años atrás.
Esta respuesta excitó la curiosidad de Juan Rosendo,
fraile del convento, quien, deseoso de comprobar si el joven sacado de la
mar y Francisco de la Vega eran la misma persona, se encaminó con él
hacia Liérganes. Cuando llegaron al monte que llaman de la Dehesa, a un
cuarto de legua del pueblo, el religioso mandó al joven a que se
adelantara hasta allí. Así lo hizo su silencioso acompañante, que se
dirigió directamente hacia Liérganes, sin errar una sola vez al camino;
ya en el caserío, se encaminó sin dudar hacia la casa de María de Casar.
Ésta, en cuanto le vio, le reconoció como su hijo Francisco, al igual
que dos de sus hermanos que se hallaban en casa.
El joven Francisco se quedó en casa de su madre, donde
vivía tranquilo, sin mostrar el menor interés por nada ni por nadie.
Siempre iba descalzo, y si no le daban ropa no se vestía y andaba desnudo
con absoluta indiferencia. No hablaba; sólo de vez en cuando pronunciaba
las palabras "tabaco", "pan" y "vino", pero
sin relación directa con el deseo de fumar o comer. Cuando comía lo
hacia con avidez, para luego pasarse cuatro o cinco días sin probar
bocado. Era dócil y servicial; si se le mandaba algún recado lo cumplía
con puntualidad, pero jamás mostraba entusiasmo por nada. Por todo ello
se le creía loco hasta que un buen día, al cabo de nueve años, desapareció
de nuevo en el mar sin que se supiera nunca más nada de él.
El "pesce Cola" o "peje
Nicolao"
Hasta ahí el relato resumido, tal y como lo expone el
padre Feijoo. En su obra, el fraile abunda en detalles y da los nombres de
quienes le impulsaron a reseñar este suceso, ante el cual, en un
principio, se mostró escéptico, y al que sólo dio crédito tras recabar
información de personajes que merecían su confianza, como el marqués de
Valbuena, de Santander, don Gaspar Melchor de la Riba Agüero, caballero
de la orden de Santiago y natural de Gajano, pueblo cercano a Liérganes,
y don Dionisio Rubalcava de Solares, que conoció y trató a Francisco de
la Vega.
Resulta curioso ver cómo el proverbial rigor critico
que demostraba el padre Feijoo ante supersticiones comunes en aquel tiempo
se desvanece ante el caso del hombre-pez de Liérganes y ante la
creencia, en general, en los hombres marinos. Este típico erudito de la
Ilustración esgrime un sinfín de argumentos para explicar la posibilidad
de existencia de hombres anfibios o marinos. Y al caso de Francisco
de la Vega añade otro más, del que ya habían dado cuenta en sus
escritos Joviano Potano, Alejandro de Alejandro y Pedro Mexía: el caso de
"pesce Cola" o "peje Nicolao".
Nicolao fue un siciliano, natural de Catania, que
vivió hacia la segunda mitad del siglo XV. Este hombre, si bien no
habitó en el mar durante largos períodos de tiempo, como nuestro
hombre-pez de Liérganes, según parece era capaz de salvar grandes
distancias a nado, por lo que le empleaban como correo marítimo entre los
puertos del continente y las islas. Aún en días de tormenta, cuando los
marineros no se atrevían a salir a la mar, "pesce Cola" se
zambullía en el agua y llegaba a su destino.
Nicolao era capaz de permanecer hasta una hora
debajo del agua sin salir a respirar, lo que le permitía vivir con
holgura de la pesca de ostras y coral. Se había dado el caso de que
"pesce Cola" siguiese nadando a un barco hasta alta mar, lo
abordase y después de comer en él, se brindase a llevar noticias de los
marinos a sus familiares de tierra. Los prodigios acuáticos de Nicolao
llegaron a su fin cuando el rey Federico de Nápoles y Sicilia quiso
comprobar la certeza de su leyenda. El monarca, para ver hasta dónde
llegaba la intrepidez y resistencia del siciliano, lo llevó hasta el
famoso remolino de Caribdis, situado en el lugar más angosto del estrecho
de Mesina, y arrojó al agua una copa de oro, diciéndole a Nicolao que si
la recuperaba era suya. "Pesce Cola" se lanzó al agua y
permaneció bajo ella tres cuartos de hora, hasta que finalmente salió
con la copa en la mano. Interrogado por el rey sobre lo que había visto
en tan temido lugar, Nicolao contó tremendas visiones de monstruos
marinos, moradores de profundas cavernas. El rey, entusiasmado por el
relato, quiso saber más detalles y le prometió igual recompensa si
bajaba de nuevo. Nicolao se mostró remiso a cumplir los deseos del
monarca, por lo que éste le estimuló con una bolsa de oro, además de
otra copa que arrojó al agua. "Pesce Cola" consintió y se
sumergió de nuevo para no aparecer mas.
Incredulidad de Marañón
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Representación pintoresca de un obispo de mar.
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La existencia de los hombres marinos la explica Feijoo a
base de la adaptación al medio Arguye que sí a una natural inclinación
hacia el mar y una especial predisposición para la natación, se añade
la práctica continuada, tanto del ejercicio natatorio como de la
retención de la respiración, se podría llegar a resultados
sorprendentes, como los que lograron estos singulares sujetos. Aceptada la
posibilidad de existencia de estos individuos, cabe la posibilidad de que
hombres y mujeres con estas habilidades tuviesen, por causas diversas, que
buscar refugio en la solitaria vida marina. A partir de aquí, la
existencia de una raza de hombres marinos, herederos de las
facultades de unos padres adaptados al medio acuático, es del todo
admisible.
Establecida la existencia de una raza de hombres marinos,
Feijoo explica la existencia de tritones y nereidas, mitad hombre o mujer
y mitad pez, mediante el apareamiento de los hombres marinos y los peces.
Ya en nuestro siglo, el doctor Gregorio Marañón
volvió a interesarse por la leyenda del hombre pez de Liérganes, y en su
libro "Las ideas biológicas del padre Feijoo" dedica un
capítulo entero a la leyenda y a los argumentos presuntamente
científicos que utilizó el ilustrado para justificar la existencia de
los hombres marinos.
A partir de toda la serie de datos recogidos, Marañón
formula la hipótesis de que Francisco de la Vega padeciese cretinismo,
enfermedad caracterizada por una detención del desarrollo físico y
mental y acompañada de deformaciones. Esta es la causa de que un buen
día el joven Francisco, "idiota y casi mudo", abandonase su
lugar habitual de residencia y vagase por tierra o quizá por mar,
"pero no nadando", hasta que se le localizó de nuevo en Cádiz.
La coincidencia de que desapareciese bañándose y que se le localizase de
nuevo en el mar, junto con la incapacidad del muchacho para dar cualquier
explicación, tejió la leyenda de los cincos años de vida marina.
La mudez, la tez blanca, el pelo rojizo, la piel
escamosa -debido probablemente a la ictiosis-, la glotonería y el hecho
de comerse las uñas, datos todos que aparecen en el relato del padre
Feijoo, interpretados desde un punto de vista clínico, no son sino
síntomas de cretinismo, enfermedad endémica propia de regiones
montañosas, y entonces frecuente en la montaña santanderina.
La habilidad de Francisco de la Vega en la natación y
su resistencia en las inmersiones, las explica Marañón a través de la
insuficiencia tiroidea, con frecuencia ligada a las personas que padecen
ictiosis. Se ha podido comprobar experimentalmente que, cuanto menor es la
cantidad de tiroxina segregada, tanto menor es la necesidad de oxígeno, y
por tanto mayor el tiempo de resistencia del organismo a situaciones en
que falta este elemento.
De todos modos, después de leer la historia de Feijoo y
la explicación del doctor Marañón, se nos plantea una duda: Francisco
de la Vega, ¿era realmente un cretino? Lo cierto es que no se dice nada
de eso antes de la desaparición del muchacho en el río de Bilbao, y tan
sólo se alude a su silencio y locura después de su reaparición en
Cádiz.
Aunque la interpretación del suceso que ofrece
Marañón es ingeniosa y parece dar una respuesta lógica (dentro de la
lógica científico- experimental típica del siglo XX) al fenómeno del hombre-pez,
nuestro doctor, muy prudentemente -como corresponde a todo buen espíritu
científico- se muestra abierto a valorar cualquier otra posible
explicación que se pueda dar a tenor de nuevos datos.
Los mariños y H. P. Lovecraft
Siguiendo en la línea de los sucesos extraordinarios y
leyendas tejidas en tono a los hombres marinos no se puede dejar de
mencionar la historia de los mariños o marinhos gallegos, narrada en el
siglo XVI por el licenciado Luis de Molina en sus Descripción del Reino
de Galicia y de las cosas notables (Mondoñedo, 1550) y por Antonio de
Torquemada en el ya mencionado Jardín de flores curiosas.
Según cuenta el licenciado Molina, un hidalgo pescó en
la isla de Lobeira a una sirena. Cuidó de ella hasta que le cayeron las
escamas, y entonces la tomó por esposa. Los hijos que tuvieron fueron
llamados mariños.
El relato que nos ofrece Torquemada es mucho menos
romántico; cuenta que "andando una mujer ribera de la mar, entre una
espesura de árboles, salió un hombre marino en tierra, y tomándola por
la fuerza, tuvo sus ayuntamientos libidinosos con ella, de los cuales
quedó preñada, y este hombre o pescado se volvió a la mar; y retornaba
muchas veces al mismo lugar a buscar a esta mujer, pero sabiendo que le
ponían trampas para capturarlo, desapareció. Cuando la mujer vino a
parir, aunque la criatura era racional, no dejó de traer en si señales
por lo que se supo era verdad lo que decía que con el Tritón lo había
tenido."
Es curiosa la conexión entre esa leyenda de los
mariños gallegos y uno de los relatos del escritor fantástico
norteamericano Howard Phillips Lovecraft. En La Sombra sobre Innsmouth,
sin duda una de las mejores narraciones cortas de este autor, Lovecraft
nos presenta una raza de seres, "mitad peces mitad batracios"
-a quienes llama profundos- capaces de reproducirse con seres humanos.
El relato nos cuenta la horrible experiencia de un
hombre que va a parar a un extraño pueblo costero, Innsmouth, donde los profundos
han logrado establecer contacto con sus habitantes y dejar descendencia.
Estos descendientes humanos, si bien en un principio parecen por completo
racionales, poco a poco van sufriendo una metamorfosis, hasta que, tras
adquirir el monstruoso aspecto de sus progenitores acuáticos, se lanzan a
vivir en el océano.
Es de suponer que Lovecraft se inspiró, para la
creación de este relato, en alguna leyenda del folklore anglosajón, del
que era un buen conocedor; es probable que utilizase ese substrato mítico
ancestral, presente en lo más oscuro de nosotros mismos, como un elemento
más para articular su peculiar narrativa de terror. Por otra parte, no
hay que olvidar que el folklore anglosajón es una de las ramas de la
cultura céltica, del que los gallegos -y sus mariños- son representantes
de lo más genuino...
Sea como sea, hay que reconocer que la solidez y la
verosimilitud de las leyendas acerca de los hombres-pez sobrepasan
en mucho las de otros fenómenos más o menos legendarios, por muy
universales que éstos sean. Quizá la antiquísima atracción que el
hombre experimenta hacia el mar se deba, después de todo, a unas
capacidades o a unas inclinaciones que todos poseemos inconscientemente, y
que algunos privilegiados han logrado desarrollar.
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