1.3.04

Los Monstruos Marinos

Antiguamente se creía que todo lo que existía sobre la tierra tenía su equivalente en el mar. Así tenemos los caballos marinos, leones marinos, serpientes marinas, dragones marinos.
En el siglo XIII, una extraña criatura fue capturada mientras nadaba en las costas polacas del Mar Báltico. Era un pez humanoide, cuya forma recordaba las vestimentas de un monje, y cabeza afeitada, como a la usanza de los frailes. Fue llevado a comparecer ante el rey de Polonia, quien quiso conservarlo. Sin embargo, el monstruo fue visto por autoridades del Obispado local, a quienes explicó por medio de gestos y señas que deseaba ser liberado.
Éstos intervinieron para que la criatura cumpla su deseo, y fue devuelto al mar, donde se hundió luego de hacer la señal de la cruz. Hay, asimismo, una versión china, mucho más terrible que el pasivo monstruo europeo, el llamado Hai Ho Shang, quien llega a devorar barcos enteros con toda su tripulación a bordo. Como en la tierra hay jerarquía eclesestial, esta también existía en el mar, y así como estaba el extraño monje marino, el obispo marino era, naturalmente, un monstruo mucho menos común. Era una criatura similar a la ya descrita, con la diferencia de que en la cabeza tenía la forma de un sombrero de obispo.
Se capturó uno en la costa de Noruega en el año 1526, y vivió en la tierra por seis días, hasta que murió. La animación que vieron en es un dibujo publicado en 1853 por un naturalista llamado Japetus Steenstrup, quien compara a los monjes marinos de Belon y Rondelet, ambos del siglo XVI, con un calamar, y deduciendo lo que eran en realidad estos monstruos.
Hoy el nombre de pez obispo se le da al Pteromylaeus Bovinus, una especie de raya también denominada Chucho Vaca, cuya forma también recuerda en cierta forma al monstruo original.

Un siciliano llamado Nicolao o Nicolás, natural de Catania, vivió allí en el siglo XV. Este hombre, aparentemente normal, era un excelente nadador, por lo que le empleaban como correo marítimo entre los puertos del continente y las islas, lo que le proporcionó el apodo de "Pesce Cola".
Nicolao era capaz de permanecer hasta una hora debajo del agua sin salir a respirar, lo que le permitía vivir con holgura de la pesca de ostras y coral. Sin embargo un día el rey Federico de Nàpoles y Sicilia quiso comprobar si eran verdaderas sus facultades: lo llevó al remolino de Caribdis y arrojó dentro una copa de oro, diciéndole a Nicolás que si la recuperaba era suya. Así lo hizo, y al cabo de tres cuartos de hora emergió con la copa. Nicolás entusiasmó al rey con toda clase de relatos acerca de monstruos marinos que había visto mientras bajó a buscar la copa.
El rey entonces quiso saber más detalles, y arrojó al mar una segunda copa. El nadador no quiso ir a buscarla, por lo que el rey tiró también una bolsa de oro. Nicolás se hundió por última vez y para siempre.

Esta historia no tiene nada de monstruoso hasta ahora. Lo asombroso es que existen relatos anteriores del Peje Nicolao.
A fines del siglo XII, Walter Mapes, un inglés que había vivido en Italia, describía a Nicolas Pesce, el "buceador", acostumbrado a vivir en el agua y que podía predecir las tempestades; llevado a la corte del rey Guillermo de Sicilia, languideció hasta morir, al hallarse separado del mar. Jovianus Pontanus escribió en el siglo XIV: "Nicolás recibió el nombre de Pez, porque no sólo había abandonado las costumbres de los hombres, sino casi tambien su rostro; era lívido, escamoso, horrible".


El Monje y el Obispo.

Francisco de la Vega Casar era un tipo que nació en Liérganes en 1658. Lo mandaron a Bilbao para que se haga carpintero, entonces tenía 16 años. Cuestión que un día fue a nadar con unos amigos, se metió al agua y desapareció. Lo dieron por ahogado. Cinco años después apareció en Cádiz. Tenía el cuerpo cubierto de escamas y las uñas gastadas. Fue interrogado en varios idiomas, hasta que al fin pronunció la palabra "Liérganes". Un natural de allí que se encontraba en Cádiz aseguró que se trataba de un lugar de su tierra, información que fue corroborada luego. Se lo condujo a Francisco hasta Liérganes, donde fue finalmente identificado y volvió a vivir con su familia. Sólo pronunciaba cuatro palabras: Liérganes, vino, pan y tabaco. Andaba siempre descalzo, y tenía un apetito voraz que le permitía saciarse por espacio de una semana. Al cabo de nueve años volvió a perderse en el mar.

 

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